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El efecto Podemos, soufflé y trotskismo
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Podemos ha emergido de la noche a la mañana como el partido revelación de las europeas del 25 de mayo, fenómeno mediático y presunto azote del bipartidismo. Es la transformación electoral del quincemayismo de 2011 y de su nebulosa transversal, con sus movimientos, coordinadoras, asambleas vecinales y plataformas tras las que, a pesar de las negaciones de sus organizadores y no-líderes, se agazapaban los embriones de varios partidos o estructuras partidomorfas (DRY, EQUO, Podemos) con aspiraciones a concurrir en el juego electoral.

Para las gentes de orden y la derecha casposa representan la amenaza del radicalismo antisistema. Pero nada más lejos de la realidad, Podemos es una expresión electoral normalizada del descontento y rechazo al sistema que participa de los circuitos de representación y reproducción del sistema que dice querer combatir, fortaleciéndolo y legitimándolo con sus candidaturas como componente alternativo admitido por el sistema. Colaboran en la desactivación y encauzamiento de los potenciales desbordamientos en forma de acción en la calle y taponan el abstencionismo activo, que es todo lo que realmente teme la “castuza” a la que se refieren, dándole curso ordenado con su alternativa electoral dentro de las reglas del régimen que pretenden “destituir”. Acuden, precisamente, a la vacuna que la oligarquía procura para mantener el control y el dominio del capitalismo: los anticuerpos del electoralismo y el parlamentarismo. Podemos recoge en la práctica el guante que no hace mucho tiempo atrás la secretaria general del PP, Mª Dolores de Cospedal lanzó a los “movimientos sociales” aterrorizada por la extensión de formas de acción directa y los “escraches” de la Plataforma de Afectados por las Hipotecas (PAH) instándoles a abandonar estos métodos y presentarse a las elecciones para abrazar la “democracia representativa”, las urnas, como única forma de participación posible.

El nombre de este partido antipartido, Podemos, recuerda familiarmente el famoso eslogan del entonces candidato demócrata Barack Obama a las presidenciales norteamericanas de 2008: “Yes, we can”. No en vano, es la marketiniana versión castiza del populismo a la izquierda, pero sin llegar a rebasar en sus contenidos al PSOE e IU. Los integrantes y simpatizantes de Podemos se contemplan a sí mismos como el triunfo del posibilismo, cambiar el sistema desde dentro del sistema con un programa reformista socialdemócrata modernizado que no cuestiona las estructuras capitalistas de la UE ni por derivación, las del régimen. Postulan recuperar el control público de sectores estratégicos de la economía, pero no mediante “nacionalizaciones” o limitadas expropiaciones siquiera, sino con la adquisición civilizada de acciones. Añaden todos los tics del liberal-progresismo comunes a la izquierda post-moderna (discurso de género, ecologismo, pacifismo, pro derechos inmigración, etc.), con elementos del universo “antiglobalizador” (Tasa Tobin, regulaciones para sector financiero, paraísos fiscales y multinacionales) y todas las taras congénitas propias de la izquierda de este país como “el derecho a decidir de los pueblos“, alineándose objetivamente con el separatismo de las burguesías periféricas de Cataluña y Vascongadas a la par que se prodigan como opción válida para todo el “Estado español”.

El lustre de Podemos tras un ligero rascado descubre a Izquierda Anticapitalista, organización troska adherida a la IV internacional que tras las intervenciones occidentales en Libia y Siria han mostrado su verdadera faz como agentes del social-imperialismo ni-ni al servicio de la OTAN. En relación a los recientes acontecimientos de Ucrania se han deslizado también en su usual ambigüedad e inane equidistancia. Si se concede alguna ascendencia de Izquierda Anticapitalista sobre Podemos, se puede adivinar fácilmente que comparten los mismos rasgos trotskistas y contrarrevolucionarios: entrismo, oportunismo senil tacticista, frentismo y programa de transición como programa máximo. En menor medida, a Podemos se le vincula de manera informal con Juventud Sin futuro cuyo manifiesto avalaban conocidas firmas del paleocomunismo y el estalinismo recalcitrante.

Envalentonados por los cinco escaños de las europeas, Podemos se catapulta a las próximas elecciones municipales, autonómicas y generales de 2015. Podemos ya ha empezado enseñar sin pudor la vía que propugna para la radical transformación de las estructuras sociales. En plena borrachera de masas, se dedica a pasear sus estrellas y develar su estrategia para el futuro inmediato: la unidad de la izquierda, el cortejo de IU y la formación de un “frente popular” de movimientos sociales y partidos que capitalice en forma de voto la desafección ciudadana. Al igual que los dos grandes partidos del bipartidismo, sus líneas de actuación son los acuerdos y coaliciones electorales, al margen de ideologías, o lo que es lo mismo, partiendo del supuesto de que todos están conformes con hacer creíble que es posible corregir y reformar los desmanes del capitalismo sin liquidarlo, refuerzan el liberal-capitalismo convirtiéndolo en el único cauce de solución en una fase en la que la crisis sistémica no desemboca en una salida, sino que nos conduce indefectiblemente a la barbarie.

Como no podría ser de otra manera, Podemos, por tanto, es una fracción más del liberal-capitalismo y de la partitocracia borbónica que intentará sumar sus esfuerzos al rescate del capitalismo con un programa de unidad. Es decir, la lucha que se va a librar no va a ser de carácter ideológico contra el liberalismo, cuyo subsuelo es compartido por izquierda y derecha, sino por cuestiones de método y aplicación de partidas presupuestarias del Estado, de quién consigue más votos para imponer su visión de cómo debe de funcionar y ser gestionada la sociedad capitalista desde los ayuntamientos, las autonomías y el parlamento. En este marco parlamentarista, Podemos representará al ala reformista del capitalismo para mostrar su rosto más humano y prestar auxilio al régimen conteniendo el viaje al desencanto de sectores de masas.