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De la pérdida de España al partido histórico
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Apoteosis del juancarlismo

Con Rodríguez Zapatero no asistimos a un cambio del régimen de 1978, sino a su apoteosis. El régimen acomete hoy, sin resistencia apreciable, el tramo final de su andadura hacia la monarquía confederal. Hacia la completa desarticulación de la unidad nacional de España, perviviendo de la misma tan sólo la referencia a la Corona, bajo cuyo amparo emerge un enjambre de micro-naciones lingüísticas o costumbristas.

Aunque cierta retórica ha podido calificar a esos enclaves nacionalistas étnicos de retrocesos al mundo feudal, en realidad son sub-productos de nuestro tardío y deforme desarrollo capitalista. A la vez, son uno más de los fenómenos de desintegración que golpean a los eslabones débiles de las áreas imperialistas, en este caso a Eurolandia.

Éste es el resumen del significado del juancarlismo; el gran capital bancario y oligopolista, por las necesidades de su dominación sobre “estepaís”, ha dado cancha a través de las Autonomías a unos cotos de mediocres y voraces burguesías regionales, amamantadas por estaditos tan ostentosos como corruptos. A cambio, ha asignado a los estaditos una función de división “identitaria” del pueblo trabajador español y de capataces del mismo.

Esta apoteosis plurinacional significa una tremenda quiebra histórica: la del proyecto que, en 1812, con la Constitución de Cádiz, pretendió convertirnos en Nación asentada en la soberanía del conjunto del pueblo español. Y es preciso constatar que este proceso se ha desplegado con el dinero de toda la población española, ante su indiferencia general y con el impulso de las altas instituciones del Estado. Los peces se pudren por la cabeza.

 

Pérdida de España

Ante esta situación, el Partido Nacional Republicano ha reiterado en su VI Conferencia, el pasado 9 de mayo, un diagnóstico que algunos calificaron de pesimista. Hace ya tiempo que la correlación general de fuerzas ha hecho imparable la “pérdida de España”. Hay quien se consuela invocando las alusiones de la vigente Constitución a la “indisoluble unidad de la Nación española”. Pero esa Constitución es papel mojado; más exactamente, es un papel higiénico con el que pulimentan sus delicados esfínteres las altas magistraturas del régimen.

En la práctica, después de los estatutos de autonomía impulsados por el PSOE y el PP, ya hemos dejado de existir como entidad política nacional. La patria española común no ha podido sobrevivir a un Estado anti-nacional y antidemocrático que durante  treinta años se ha aplicado a desintegrarla moral, política, social y territorialmente.

¿Quién dijo que la “globalización” disolvería los patriotismos y nacionalismos? Aquí lo único que ha ido al declive es el patriotismo español tradicional, que ha vinculado la idea de España a la monarquía, a las intervenciones salvadoras del ejército y a la confusión entre moral nacional y moral católica. Esta corriente no sólo se ha mostrado incapaz de revertir el proceso de desintegración, sino que además ha participado en el mismo, como apéndice subalterno.

 

Nuevo nacionalismo español

¿España tiene algún futuro? Lo tiene, pero es por la vía de su refundación nacional. Merced al alumbramiento de un nuevo patriotismo, configurado como nacionalismo español democrático y socialista. Y dispuesto a pasar por la criba de la verdad racional, lógica y experimental todas las nociones políticas heredadas.

El Partido Nacional Republicano lucha por otra España. La pertenencia a la misma ya no podrá definirse por la sangre, o por la religión, ni por la afición a la paella o al gazpacho, ni por el cultivo de peculiaridades locales, vivas y respetables en unos casos, meramente museográficas en otros, y siempre irrelevantes desde un punto de vista político. Tampoco por la nostalgia de pasadas grandezas. Del pasado, el nuevo nacionalismo español únicamente retomará lo que precisa para el futuro: los momentos más representativos del valor y del heroísmo que nos singularizaron, ante todo y sobre todo, como pueblo guerrero.

De entrada, se impone el abandono del camino de 1812, de alianza del Burgués con reliquias del Antiguo Régimen. Ciertamente, es digno todavía de respeto el enunciado más genérico de su pretensión: erigir la comunidad nacional española de ciudadanos libres e iguales, titulares de la soberanía. Pero tal pretensión exige hoy avanzar por una vía radicalmente distinta. Es la del derrocamiento de la monarquía borbónica y sus autonomías, para la constitución de España en república democrática y unitaria que abra paso a un ordenamiento socialista. Todo ello asentado en las anchas espaldas del pueblo trabajador y mediante su participación activa.

 

El troquelado de un nuevo español

Ese camino es, sin duda, difícil. Entraña el troquelado de un nuevo español. Implica un decaimiento de los valores hoy dominantes del individualismo antisocial y sus “derechos a decidir”, del repliegue vegetativo en la “sociedad civil” y en las patrias chicas, de la ilusa esperanza de que todo será gratis en la vida, del nihilismo pasivo rellenado de hedonismo consumista y diversión escapista…

Las condiciones generales que pueden favorecer esta mutación no dependen de lo que pueda hacer ningún grupo. Sólo pueden forjarse en la fragua de las crisis y de las guerras. Ahora bien, esas condiciones generales están ampliamente garantizadas por el nuevo ciclo en que hemos entrado a escala mundial. No escaparemos a las crisis, que ya nos está desarbolando, ni a las guerras, a las que tarde o temprano nos veremos arrastrados por nuestros amos.

Lo que sí depende de los buenos españoles es la labor perseverante, obstinada, de construcción del partido necesario para la transformación de la inerte población española actual en pueblo español capaz de la acción política.

 

El partido histórico

El Partido Nacional Republicano es consciente de la confusión, e incluso del desprestigio, que hoy se asocian al término “partido”. Como se reconoce en una Resolución aprobada por su VI Conferencia Nacional, «hablar de partidos es hablar de maquinarias electorales para el copo de pesebres y prebendas por parte de lo que hemos denominado recuas de arribistas y mercaderes de conciencias».

Pero lo que proponemos los nacional-republicanos es un Partido de Nuevo Tipo, «porque nos referimos a un “partido histórico” que se sepa punto de arranque de la refundación nacional de España mediante la instauración de un nuevo Estado y que se constituya en escuela preparatoria para la vida en el mismo». Ese partido se concibe, en consecuencia, como «primer crisol de la forja de un nuevo tipo de ciudadano español».

 

“Juego” y “guerra”

La relación de ese partido con la vigente realidad política es completamente distinta de la que mantienen todos los partidos convencionales, empezando por los que se llaman republicanos e incluso “antisistema”. Tales partidos están en un “juego”, en una competencia entre amigos. Participan en la vida del régimen, en el seno de sus instituciones y de acuerdo con las reglas que aquel les brinda, diseñadas para legitimarse y amortiguar sus múltiples contradicciones. Solamente ETA se aparta del juego normalizado. Pero esa excepcionalidad es la exigida para que se cumpla la regla. La acción de ETA siempre ha sido funcional  a la estrategia de desintegración de la nación española propulsada por el régimen. Por eso el régimen lleva décadas sin echar el cierre a la pandilla terrorista separatista.

El Partido Nacional Republicano no es un partido al uso. No está en el “juego”. Su relación con la actual realidad política y social es de hostilidad absoluta, sin límites ni acotamientos. Evidentemente, en las actuales circunstancias ello no puede abonar lo que, recurriendo metafóricamente al lenguaje militar, podría llamarse “guerra de asalto frontal”. La hostilidad radical debe ahora hacerse visible mediante una tenaz “guerra de posiciones”, política e ideológica. Ante todo, contra los dispositivos y mecanismos liberales de defensa de la monarquía del gran capital. No se trata, con ello, de ocupar esos dispositivos y mecanismos, sino de separar a cada vez más compatriotas de los mismos, como condición indispensable de una acción política independiente; de erosionar en su conciencia las mentirosas identificaciones entre lucha política y teatro electoral; entre reivindicaciones económicas y mamoneo de los bonzos sindicales; entre Partido y colección de garrapatas del Presupuesto; entre derechas y patriotismo, entre izquierdas y progreso.

 

¿Qué debemos salvar? 

No estamos para preservar ninguna de las instituciones del régimen ni para “regenerarlas”, como pretenden algunos, con hilarantes propuestas de “reforma constitucional”.

Nuestra tarea inicial es salvar a las fuerzas vivas que subsisten todavía en la Nación fracasada, para incorporarlas al inicio de la nueva España, que ha de plasmarse ante todo en el avance del Partido.

Nuestra ejemplaridad nos permitirá atraer a quienes de inmediato necesitamos con nosotros. Los valientes, sobre todo para soportar las verdades espantosas que revelará el nuevo ciclo histórico. Los jóvenes a los que no sólo no se reconoce su talento y sus esfuerzos, sino que además se les bloquea todo futuro. Los viejos luchadores que no temen volver a fracasar si es con algo nuevo, pero no con los credos y estrategias que desde hace 161 años no han hecho más que organizar la derrota de los trabajadores que aspiraban al socialismo. Los pesimistas activos. Los que odian sin remisión el mundo del Burgués, su mezquino espíritu de cálculo economicista y su reducción del conflicto a la concurrencia mercantil y a la discusión eterna. Los que opinan que es la Técnica, más que la poesía, el “arma cargada de futuro”. Los que no ansían una “civilización del ocio”, sino un cambio radical del sentido del Trabajo. Aquellos para quienes la vida no tiene sentido si no es para quemarla al servicio de empresas históricas. Los espíritus belicosos, hoy condenados a servir en guerras al servicio de intereses ajenos.

Con el Partido lo podemos ser todo, sin el Partido no seremos nada.